martes, 19 de mayo de 2009

MI MARIO, EL DE TODOS


Fesal Chain • Poeta, narrador y sociólogo chileno

La primera novela "urbana" real que leí en mi vida, no la primera, sino la más cotidiana, fue Gracias por el fuego, yo tendría a lo más 14 años, eran los tiempos duros, tiempos de guerra sucia y huidas a una Isla Negra abandonada, de mis primeros retozos en chales y muslos tibios. Con ella, nos sentíamos raros, extraños a todos quienes nos rodeaban. Yo le leí en una tarde de viento de otoño, casi a la caída de un sol tenue, La noche de los feos, nosotros, ella y yo, éramos los feos, lo más horribles seres, capaces de descubrirnos una belleza recóndita, solo visible para nuestros ojos en las sábanas de la juventud temprana.
Mis primeros sufrimientos del amor los acompañé con La tregua, de joven quinceañero, sumergido en esas páginas, me convertía mágicamente en un viejo jubilado en búsqueda angustiosa del amor que se me había negado a lo largo de toda una vida. Y cuando en la patria, el escondido dolor de los más valientes, se hacía húmeda neblina que lo cubría todo, yo leía Pedro y el Capitán, para vislumbrar sin sentir en sangre y carne, la tortura de mis hermanos y hermanas, en esas viejas casas negras y escondidas en las cloacas de un Chile enfermo.
Y cuando los primeros chispazos de la rebeldía pública caían como goterones sobre el miedo tantos años reinante y disfrazado de señor formal, corrí una noche hacia el Caupolicán a escuchar al ex Presidente, llevaba bajo mi brazo, como en un acto fallido, el Inventario infinitamente hojeado, marcados con una hoja amarilla de mi plaza, los Poemas de la oficina, que me retrotraían una y otra vez presurosos a La tregua, a Martín Santomé y a Laura Avellaneda.
Ya pasado unos pocos años, no más de dos o tres, escuchando las bellas detonaciones a lo lejos y mirando por la ventana como Santiago entero entre chisporroteos y destellos quedaba completamente a oscuras, yo llevaba como quien lleva el Nuevo Testamento entre los brazos, El cumpleaños de Juan Ángel, la biografía en prosa poética de Raúl Sendic, el más amado de todo en Uruguay, el gran desconocido en este Chile isleño. Y pensando en aquellos que daban dura pelea o estaban encerrados o clandestinos, leía siempre, pensando en mi hijo aún inexistente, "Hombre preso que mira su hijo", porque yo ya en esos años sabía y creía firmemente, como hoy también lo creo, que "uno no siempre hace lo que quiere/pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere".
Y cuando comenzamos de a uno en uno a caminar las calles en silencio y luego a gritar de uno en uno y todos juntos nuestros alaridos contra el horror y a favor de la memoria, y tomaba la mano de mi mujer en las largas marchas de banderas , yo guardaba arrugado en un bolsillo perro, el poema "Vamos juntos..." con tu puedo y con mi quiero, vamos juntos compañero y cantaba "Somos mucho más que dos", mirando los ojos fijos de mi amada y al pueblo entero en su marcha larga.
Y "Vientos de exilio", fueron los versos regalados a mi padre, para recordar en él al otro padre, que vivió y murió en el México lindo y querido sin poder volver a la patria anhelada y a través de él recordar a todos aquellos que aún andan vagando el mundo, llorando la tierra.
Siempre Mario me acompañó en los días del descubrimiento del amor y de la lucha por un mundo más bello. Pasaron los años, muchos años y cuando sentí miedo o desesperanza ya más normal, siempre volví a los poemas de aquel que se autonombraba como un poeta menor, con el humilde orgullo de saberse un poeta cercano al pueblo en su sencillez y simpleza profunda. Así cuando con mi mujer peleábamos o nuestras tardes se hacían de silencio y distancias, yo tomaba a Mario entre mis manos, lo hacía aparecer por mi boca extranjera recitando "Táctica y estrategia" o "Corazón coraza".
Hoy horas antes que Mario, mi Mario y el de ustedes hubiera dejado de existir en cuerpo, yo escribí esta breve poesía en prosa, tratando de emularlo, sin saber que sería mi último homenaje al poeta en vida:
Si el país está deshabitado "si ya los aires no son tan buenos aires" habrá entonces que habitarlo, desplegar nuestras voluntades como antaño, recorrerlo de norte a sur completamente, plantarnos en cada aldea y arrasar las ciudades caminando, iluminarlo con gritos y canciones, limpiarlo con antorchas y banderas, hacer vivir muy dentro nuestro el poema que sabemos, es la fuerza de la vida que nos resta...
En esta noche del 17 de mayo, después de una larga jornada de confrontaciones, abrazos y besos húmedos con mi hijo, que ya cumplió los 15 años, cansado y un tanto preocupado de la vida llena de pasión de mi muchacho, supe de la muerte de Mario Benedetti, del poeta cotidiano que me ha acompañado a lo largo de mi vida, mi mujer está a mi lado al escribir estas palabras, yo le digo que siento mucha pena, que Mario Benedetti haya muerto, ella me mira a los ojos como quizá Laura miraba a Martín en las largas tardes de caminatas y veredas en el Montevideo antiguo y me dice: No Fesal, él no ha muerto, tu poeta y el de todos, no ha muerto...

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